miércoles, 19 de noviembre de 2008

REFLEXIONES - Equidad para una educación de calidad: criterios de educabilidad


Desde Chile
Marcela Tchimino N. - Investigadora PIIE, Coordinadora MOMIC -

Qué duda cabe que es necesario impulsar un proceso de mejoramiento de la calidad de la educación que implique estrechar la brecha entre aquellos niños y jóvenes de los estratos socioeconómicos más bajos con aquellos con mayores oportunidades.

Qué duda cabe también de la necesidad de generar mejores incentivos a los docentes, evaluar y certificar las competencias con estándares internacionales, dotar de mayores y mejores recursos a las escuelas y alcanzar el tan anhelado 7% de inversión pública en educación.

Sería majadero ir en contra de lo que parece obvio: una sociedad sana no se construye sobre la base de las desigualdades y de la falta de oportunidades.

Sin embargo, para quienes hemos trabajado en contextos vulnerables y de pobreza estructural, vemos que existen otras condicionantes que inciden en la calidad de los aprendizajes y de la vida escolar de niños y jóvenes que, por obvio, se ha obviado. Me refiero a los contextos culturales, sociales y familiares que rodean a las escuelas y que muchas veces contravienen las voluntades y propuestas. En otras palabras, las trayectorias de vida de los jóvenes en contextos de pobreza y exclusión social se construyen a partir del contexto social y politico que viven.

Los debates sobre educación y equidad social ponen en el centro a la educación como condición indispensable para el logro de una sociedad más equitativa. Las posiciones en este sentido se orientan a situar a la educación como una instancia previa a la equidad, donde el argumento pone énfasis en la educación como herramienta de asenso social.

Es decir, se sostiene por una parte que quienes no acceden a la educación no cuentan con las competencias mínimas que los habiliten para una inserción laboral exitosa con la consecuente reproducción de desigualdad. Por otra parte, se establece que quienes no tienen una trayectoria educativa significativa (educación de calidad), ven limitadas las oportunidades de ejercicio pleno de sus derechos y de participación en la sociedad, con el consecuente debilitamiento en el ejercicio ciudadano.

Sin embargo, es posible pensar que frente a las limitaciones de los sistemas educativos para enfrentar la falta de condiciones mínimas de los jóvenes para participar del proceso educativo, se requiere invertir la mirada y poner a la equidad
como condición de posibilidad para una educación de calidad.

En este sentido, abordar el fenómeno desde un enfoque de educabilidad adquiere especial relevancia, en tanto posibilidad de responder de manera efectiva a los requerimientos de habilitación social y ejercicio ciudadano en jóvenes que viven en contextos de marginalidad o vulnerabilidad social. Es así como hablar de educabilidad supone, por una parte, la identificación del conjunto de recursos, aptitudes o predisposiciones que hacen posible que un joven pueda experimentar una trayectoria educativa satisfactoria, y por otro, analizar cuáles son las condiciones sociales que hacen posible que todos los jóvenes accedan a esos recursos para poder recibir una educación de calidad.

El tipo de alumnos que las escuelas en general esperan y desde donde organizan el proceso educativo, es un niño o un joven que cuenta con un conjunto de recursos, aptitudes y predisposiciones donde la familia y el medio en el que se desenvuelve es clave. Es decir, son recursos económicos, disponibilidad de tiempo, valores, consumos culturales, capacidad de dar afecto, estabilidad, etc.

Desde allí, el concepto de educabilidad se entiende como un concepto relacional, en tanto se evidencia la tensión entre los recursos que el joven tiene y los que la escuela espera o exige de ellos. Por ende, cuando la escuela pone condiciones a sus alumnos que les son imposibles de cumplir. tanto en los relativo a condiciones materiales, de participación o conducta, se ponen en evidencia situaciones de ineducabilidad que no hacen otra cosa que agrandar la brecha entre los jóvenes “insertos” social y educativamente de aquellos que se sitúan hoy y lo harán en el futuro desde la marginalidad y la desesperanza aprendida.

Abordar por tanto la calidad de la educación desde la reducción de la brecha de la inequidad, implica concebir que la posibilidad de que un joven sea “educable” o no dependerá de la distancia entre los recursos que la escuela demanda de cada niño o joven para participar en el proceso educativo y de los recursos con que estas personas cuentan. Reducir desde la política pública la brecha de la inequidad es, por tanto, invertir en la reducción de esa distancia.


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